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  • Foto del escritorOmar Linares

Creer para ver


Yeshi Kangrang

Nos gusta pensar que vemos las cosas tal y como son. Que los hechos son transparentes, y nuestra mirada puede atravesarlos. Creemos que si podemos describir lo que ocurre, conectando causalmente unos eventos con otros, podremos comprenderlos en su totalidad. Sentimos que nuestros ojos son instrumentos que captan la verdad, que descubren lo que es tal y como es, allá donde posan su mirada. Pero no es así: en la mirada hay teoría.


El mito de lo dado


Bajo este nombre se esconde un prejuicio que la filosofía contemporánea destapó hace décadas. Consiste en la creencia, totalmente errónea, de que nuestra forma de ver las cosas es neutra, y que funciona sin ningún aporte extra. Que lo que las cosas son se nos muestra a la mirada, sin necesidad de interpretación. Sin embargo, es un mito y, como tal, debe ser superado.


Aunque sentimos que con nuestra experiencia captamos el mundo tal y como es, sin intermediarios, no es así. Nuestra mente es una compleja red de creencias, juicios, valores, ideas, conceptos… que como las lentes de unas gafas, filtran todo lo que vemos. No podemos percibir sin ellas, y lo que experimentamos, lo hacemos gracias a ellas. Esa red configura nuestra cosmovisión: literalmente, es la imagen que tenemos del mundo.


Ver es interpretar


En ocasiones miramos al cielo y vemos, a lo lejos, un avión. No nos detenemos ni un segundo para plantearnos si podría ser otra cosa. Está en el cielo, deja una estela blanca por el carburante consumido, viaja en línea recta… Por tanto, es un avión.


Lo curioso de este fenómeno es que, aunque pensamos que estos razonamientos son posteriores, que los hacemos solo para justificar lo que hemos visto, en realidad no lo son. Al contrario, son estas ideas las que nos han permitido ver el avión. Sin ellas, no habríamos captado más que un punto en la inmensidad del cielo, y una estela difuminada tras él. Eso es lo que captan nuestros ojos, pero nosotros vamos más allá: lo que vemos es un avión.


Esto es lo que se conoce como la carga teórica de la observación. Lejos de darse en casos tan extraños como éste, es una condición de toda experiencia. Percibimos en base a nuestras creencias y juicios, en coherencia con nuestra imagen del mundo. No vemos las cosas sin más, sino que nos las explicamos.


Interpretar no es un acto que hagamos solo en momentos de duda. Al contrario, es algo que hacemos a cada segundo. Interpretamos lo que vemos, por necesidad. No existe una realidad en sí, verdadera, a la espera de ser captada. La realidad necesita ser interpretada.


Conocer es conocerse


Una vez que nos hemos dado cuenta de éste fenómeno, es necesario superar la simplificación del mundo en la que estábamos instalados. Las cosas son siempre más de lo que parecen: se definen no solo por lo que son, sino por las relaciones que mantienen entre sí, y éstas suelen exceder nuestra comprensión.


Vemos lo que creemos, y eso debe llevarnos a la pregunta por nuestras creencias. Son éstas las que nos permiten ver, pero también las que nos ciegan ante todo lo que no pueden captar, aquello que no encaja en sus modelos. Es necesario que pensemos cómo miramos, para poder percibir más y mejor.


Para aumentar nuestra realidad, tendremos que mejorar el órgano con el que la captamos: nuestro pensamiento. Es por esto que el conocimiento, por sí mismo, nos invita al autoconocimiento.


Y tú, ¿eres consciente de todo lo que no ves?


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