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  • Foto del escritorOmar Linares

Dañan los juicios, no los hechos


Slava Bowman


Vivir es interactuar con lo que nos rodea. Desde que empieza el día hasta que acaba, atravesamos una senda en la que encontramos un sinfín de elementos con los que relacionarnos. Nos topamos con personas y entablamos conversaciones con ellas: algunas agradables, otras no tanto. También nos sumergimos en situaciones, contextos concretos compuestos por individuos, objetos, eventos... con los que convivimos.


El mundo no nos daña


Cuando nos sentimos cómodos en una situación, nos dejamos llevar por su ritmo, y disfrutamos de lo que nos aporta. Sin embargo, esto no siempre es así. De forma constante, vivimos situaciones que nos agreden, que nos afectan profundamente de forma negativa. Lo inoportuno acecha, y las ofensas, reveses, fracasos y desgracias, están a la orden del día. Cuando ésto ocurre, sentimos que el mundo nos daña, pero no es así. Al menos, no es tan sencillo.


Frente a estas situaciones, es importante cuestionar la objetividad del daño. ¿Existe una relación directa entre una ofensa y sentirse ofendido? ¿Sólo cabe la frustración ante un proyecto fallido? Debemos adaptar las preguntas a la situación que estamos viviendo, ya que pueden ayudarnos a arrojar luz sobre una verdad tan cruda como liberadora: no hay una relación causal directa entre los eventos que vivimos y nuestra reacción ante ellos. No la hay, al menos, en la medida en que siempre son posibles otras respuestas.


“No nos dañan los hechos, sino nuestras opiniones sobre los hechos”


Con esta sentencia, el maestro estoico Epicteto quiso dar solución a un problema tan filosófico como existencial. Quiso alertar de que gran parte del sufrimiento humano surge por cómo interpretamos lo que nos ocurre. En otras palabras: lo que sentimos se deriva de cómo creemos que son las cosas. Pero hay creencias erróneas y, por tanto, sufrimientos innecesarios de los que nos podemos librar.


Nuestra experiencia se da siempre en primera persona. No somos espectadores de ella; somos protagonistas. Lo que me ocurre, me sucede a mí, lo siento yo. Es esta proximidad de la experiencia la que nos hace caer en el error de que lo que vivimos, lo percibimos de la única forma posible. Sentimos que reaccionamos a los eventos como éstos nos obligan a reaccionar, pero no es así.


Vivimos a través de nuestro sistema de creencias, juzgando lo que ocurre en base a nuestros valores. Cuando considero que algo es malo para mí, lo hago motivado por una evaluación negativa de lo ocurrido, derivada de un juicio interno, que me dice “esto es malo”. Sin embargo, nada en mi experiencia me obliga a juzgarla como negativa. Es mi percepción, basada en mi criterio personal, la que concluye que no debería ser así solo porque no me conviene.


Los hechos no son buenos o malos en sí


“Bueno” y “malo” son conceptos morales que aplicamos a nuestra experiencia y, por ende, al mundo: pero no pertenecen a él. Las cosas sólo son buenas o malas desde una perspectiva concreta, la mía, que lo enjuicia todo en base a mi bienestar, según me afecten los hechos que presencio.


No se trata de fingir que todo nos gusta y nos parece bien. Lejos de eso, el objetivo es ver que nuestra experiencia está vertebrada por creencias, juicios y valores que podríamos estar ignorando: atender a ellos puede liberarnos de un victimismo al que tendemos de forma inconsciente. Preguntarnos si la perspectiva desde la que juzgamos algo como malo es limitada, o si caben otras respuestas ante los hechos que vivimos es el inicio de una nueva forma de experimentar la vida. Más lúcida, más consciente de sí.


¿Aún piensas que la vida te agrede?


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