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  • Foto del escritorOmar Linares

El valor de las cosas


Bobby Johnson


Nos gusta pensar que cada cosa tiene un valor determinado. Creemos que de forma objetiva e inamovible, cualquier elemento del mundo, ya sea una persona, un hecho o un objeto, posee una valía que podemos reconocer. Sentimos que es posible juzgar el valor de algo sin posibilidad de error. Acomodados en esta idea, juzgamos cuanto nos rodea.


La forma mediante la cual captamos el valor de las cosas es la evaluación. Cuando evaluamos algo lo hacemos en busca de su esencia, de lo que creemos que realmente es y lo que ello puede aportarnos. Intentamos diseccionarlo para observar cuánto puede ofrecernos. Mediciones y comprobaciones de todo tipo tienen lugar en nuestro pensamiento, numerosos contrastes y comparaciones con otros objetos afines, que nos permiten elaborar un ranking: una jerarquía en la que situar lo evaluado respecto de todo lo demás.


Evaluamos en base a criterios personales


Un criterio es un filtro, un modo de clasificar las cosas, basado en valores. Según lo que consideremos más importante, así evaluaremos lo que nos rodea y ocurre. Nuestros criterios, interiorizados e insertos en la mente, se aplican al mundo a través de juicios. Son juicios de valor los que nos hacen percibir algo como bueno o malo, positivo o negativo, valioso o desechable.


Vivimos nuestros juicios de valor como la única opción posible. Pocas veces nuestra experiencia nos permite detenernos un segundo para recapacitar que aquello que tengo frente a mí, está siendo juzgado según unos valores que podrían no ser absolutos. Por lo general, estamos ciegos ante el hecho de que nuestra evaluación utiliza en un criterio que capta cierto tipo de valor, e ignora todos los demás.


Juzgamos a individuos, situaciones y objetos según nos afectan: vemos su valor cuando consideramos que nos benefician o aportan algo, y se lo negamos cuando creemos que nos dañan. Esta forma de juzgar es coherente, incluso personalmente beneficiosa, pero también profundamente sesgada.


Creemos que nuestros juicios de valor son objetivos, pero no es así. Pensamos que captan lo valioso de lo que percibimos de forma neutral, cristalina, pero esto tampoco ocurre. La realidad es que ignoramos el valor de las cosas, precisamente por no ser conscientes de este hecho.


Valorar es un acto de decisión


El reconocimiento del valor no tiene que ser siempre pasivo. Lo “valioso para mí” es un criterio útil, certero, pero no es el único. Cuestionar nuestros valores, la estructura de nuestros juicios y evaluaciones nos permitirá reconocer espacios totalmente ignorados. El valor no solo se reconoce, también se descubre.


Valorar puede ser un acto de creación, de apertura. Cuando uno valora desde la contemplación de lo que es, sin exigencia, ve las cosas como son. Superando los límites de nuestra perspectiva, percibimos aquello que no podíamos ver. Sin evaluación, disfrutamos de una belleza antes vedada.


Habitamos un mundo repleto de experiencias de incontable valor, que podríamos estar ignorando por nuestra forma de juzgar: tesoros que se ocultan a simple vista.


¿Estás dispuesto a perderte lo valioso de la vida?


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