Vivimos en la era del desarrollo personal. Nunca antes había existido tanto material al respecto, tanta literatura centrada en el yo y su felicidad. Allá donde miremos encontraremos alguna frase motivacional que nos invita a seguir, a confiar, a lanzarnos no se sabe bien a dónde. Por una parte, darnos cuenta de la infinidad de posibilidades que implica el hecho de estar vivo es todo un avance social y antropológico. Por otra, esta llamada a sentirse bien parece haber desencadenado una ola de discursos vacíos, filosofías huecas, supersticiones maquilladas de ciencia y psicologías simplificadas. Ésta es, sin duda, una autoayuda que no necesitamos.
No necesitamos creer que el universo está a nuestro servicio
La razón es sencilla: porque no lo está. Los hechos tienen lugar y podemos preguntar por su sentido, algo que siempre nos llevará por caminos enriquecedores. Por otra parte, también nos será posible decidir qué actitud tomar frente a lo que nos ocurre, sea bueno o malo. Pero nunca, nunca, nos estará permitido afirmar que el universo existe para cumplir nuestros sueños.
El “pide y te será concedido” del que hacen gala tantos modelos de autoayuda es, sin más preámbulos, literalmente falso. No solo eso, también es peligroso. Su regla fundamental nos dice que es el deseo el que hace que las cosas ocurran, convenciéndonos de que están en nuestras manos asuntos que escapan a cualquier tipo de control. De esta forma, si deseas algo, pero ese algo no llega, se debe a que no lo deseaste con la suficiente fuerza: luego es culpa tuya. Es tu pereza, tu falta de ganas, de ilusión, la que hace que no logres alcanzar tus metas. Salud, dinero, amor... Nada parece escapar a una fórmula que se justifica a sí misma sin demostrarse jamás, culpándote de todo lo que va mal en tu vida pues, si realmente lo quisieras, ya lo tendrías.
La realidad no siempre es un buffet libre en el que uno elige qué comer y qué no. La vida, en multitud de ocasiones, coloca ante nosotros situaciones nada fáciles de digerir. Desde luego que muchas son evitables; podemos recordar sin mucho esfuerzo momentos dolorosos en los que fue nuestra actitud, el cómo nos comportamos frente a ciertos eventos, lo que provocó un final desastroso. Es cierto, sabemos boicotearnos y se nos da bastante mal darnos cuenta de ello. No obstante, afirmar que todo lo malo que nos ocurre es algo que hemos atraído con nuestro pensamiento es indignante. Más aun, añadir que si la situación persiste es debido a nuestra falta de voluntad, es directamente ofensivo.
De nuevo, podemos preguntar por el sentido de los hechos, pero afirmar que el curso del universo está en nuestro mano supone una caída en el pensamiento mágico, la cobardía y pereza intelectual de creer en algo simplemente porque nos gustaría que fuese así. Como me tranquiliza, me esfuerzo en creerlo, pero lo hago motivado por el miedo, no por la búsqueda de verdad. Una actitud que finge amar la vida, pero por temor a ella, la secuestra.
No necesitamos creer que todo es perfecto
Otra estrategia, muy cercana a la anterior pero esencialmente diferente, es la idea de que hay que mirar siempre el lado bueno de las cosas: algo que, en principio, suena bastante bien. Como tantas veces, el problema surge cuando se quiere llevar la fórmula más allá de donde a ésta le está permitido ir. Del centrarse en lo positivo se pasa a negar la existencia de lo negativo, y ahí empieza el conflicto, porque lo negativo existe. ¡Vaya si existe!
Que siempre haya un lado bueno, algo de valor que sacar de cualquier experiencia no implica que lo que acontezca lo haga para posibilitar nuestro aprendizaje. Las cosas no ocurren para que aprendamos, sino que aprendemos una vez que han ocurrido. Si fuese al revés no sería aprendizaje, sino diseño.
A pesar de ello, ciertos modelos de autoayuda nos invitan a obviar lo feo, oscuro e incómodo de la vida, para situarnos en un entorno tan cálido y acogedor como artificial. Proponen una dieta mental, que solo permite ingerir pensamientos positivos, que finalmente nos lleva a una inanición de realidad, o sencillamente a la estupidez. Inmersos en estas propuestas, los individuos que las consumen se sumergen en una alienación voluntaria, un rechazo de lo no confortable que, desde una falsa confianza en la vida, finge amarla mientras oculta lo aterrado que está por lo que pudiera ocurrir en ella. No es el amor a la vida, sino la desconfianza en que realmente merezca la pena ser vivida en crudo, sin maquillaje, tal y como se presenta, lo que vertebra esta forma de pensamiento.
La autoayuda que merecemos
Porque no sé si es algo que necesitamos, pero sin duda nos vendría muy bien. Como seres humanos, dotados de razón y voluntad de vivir, merecemos un discurso que nos ponga en contacto con nuestro auténtico potencial. No precisamos exageraciones, con el que tenemos es más que suficiente. Tampoco hará falta decorarlo; recordarnos su disponibilidad bastará, ya que lo que le falta no es potencia, sino presencia, pues siempre olvidamos que está ahí. No lo podemos todo, está claro, pero somos capaces de mucho más de lo que por lo general tememos no poder alcanzar. Ésto es así.
Merecemos una autoayuda que nos haga ver las cosas tal y como son, no como nos gustaría que fuesen. ¿Por qué? Porque no es preciso edulcorar la vida, sino saborearla, ya que a pesar de su ocasional amargor, ésta es todo lo dulce y salada que nuestro paladar podría imaginar. Bien y mal existen, por supuesto que sí. “Solo desde nuestra perspectiva”, dirán algunos. Cierto, pero es que esa perspectiva es la que nos permite asomarnos al mundo; es en ella donde vivimos. Por eso, la tarea no es buscar lo bonito e ignorar lo feo, sino mirar lo que hay, más bien contemplarlo, porque detrás de todo lo que nos encanta o asusta no hay otra cosa que realidad, capas y capas de una realidad que nos pertenece y a la que pertenecemos. Somos uno y lo mismo. Nada que temer al respecto.
La autoayuda que respeta la dignidad de nuestro pensamiento es aquella que no nos roba la vida, sino la que nos devuelve a ella (porque en estos asuntos, pretender añadir es sustraer una verdad que no necesita añadidos). La que nos dice “lo sé, es dura, es implacable pero... ¿no ves como brilla? Es intensidad pura”. Esa es la literatura que nos sitúa en un estado de confianza lúcida, que no se engaña pero aun así se atreve; que nos pone en guardia, dispuestos a saciar un hambre y sed de vida de la que no podemos ni queremos escapar. Nos invita a seguir, porque esa es nuestra naturaleza, avanzar.
Esta es la única autoayuda que merece llamarse así, la que nos da el apoyo que necesitamos cuando queremos andar nuestro camino, no la que nos dice qué atajos tomar, porque es nuestro camino y no lo queremos asfaltado ni con pasamanos. Lo queremos real, verdadero.
Esa sería una autoayuda a la altura de lo que somos. Una autoayuda a la altura de quienes somos.
Publicado en
Comments