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  • Foto del escritorOmar Linares

La filosofía que salva vidas


Kinga Cichewicz

Ya no nos resulta extraño escuchar que la filosofía puede cambiarnos la vida. Hace años que nos dimos cuenta de que la palabra de algunos de los filósofos que tanto sueño y quebraderos de cabeza nos dieron en el instituto podía esconder una semilla real capaz de hacer germinar algo transformador. Vimos que aunque muchos autores pasaron su vida encerrados en las cuatro paredes de su despacho, otros quisieron reflexionar sobre la vida, pensarla a fondo, convencidos de que ésta ofrecía más de lo que sus ojos captaban. Ellos creyeron que había un lugar más allá del que habitaban, aunque inserto en él, una nueva forma de vivir a la que solo se podía acceder mediante la reflexión filosófica. Se pusieron manos a la obra para llegar a ese destino: para llevarnos a esa nueva vida, un entorno presente aquí y ahora, pero aun vedado a falta de una mirada diferente, más profunda y consciente, capaz de revelarlo.


Son muchas las obras, múltiples las teorías y casi infinitas las intuiciones sobre la vida que laten en ellas. Inabarcables y enciclopédicas, escapan a los propósitos y posibilidades de este artículo. Por ello, en lo que sigue me limitaré a mostrar una única experiencia, la mía, señalando cuatros espacios de la filosofía, cuatro lugares de su historia y la idea que dentro de ellos cambió mi forma de ver la vida y el rumbo que ésta llevaba.


Podría mencionar más, probablemente también menos. Espero que sirva como invitación a un pensar que tras miles de años de decir mucho, sigue a la espera de que entendamos su mensaje y dejemos de hablar de él, para empezar a ponerlo en práctica.


Nietzsche y la belleza de la vida


Si algo podemos valorar en Nietzsche es la crudeza y la potencia incisiva de sus ensayos. Capaces de dar en la clave de lo pensado de forma tan literaria como precisa, en ellos encontramos constantes revoluciones para la historia del pensamiento. Sin embargo, fue su concepción de la vida lo que me impactó en los primeros acercamientos que tuve con él: un agradecimiento hacia ella que se desliza entre páginas y páginas que aparentaban decir lo contrario.


La relación de Nietzsche con la vida es una historia de amor que, como todas las que merecen ser contadas, hizo sufrir mucho a quien la narra. Sin embargo, es también la crónica de un enamorado sediento de su amada, a pesar de los arrebatos de ésta.


Nietzsche nos enseña que no importa cuánto dolor nos inflija la vida, el sufrimiento que soportemos en ella, ya que por muy continuo o interminable que pueda llegar a ser, ocurre en un entorno de una belleza infinita. Para Nietzsche, la vida siempre, y subrayo, siempre, merece ser vivida. Sus textos son una llamada a mirar más allá de lo deprimente, sin obviarlo, plantándole cara, para ver lo que esconde. Una travesía intelectual por el dolor que desemboca en una vida colmada de sí misma.


A Nietzsche le debo mi incondicional amor por la vida, que aunque a veces olvido, siempre vuelve a mí. O yo a él.


El existencialismo y la responsabilidad de ser


Me refiero a Jean-Paul Sartre, Albert Camus pero también Soren Kierkegaard, ya que sin éste último no hablaríamos de ellos. Fueron los filósofos que más profundizaron en lo que significa existir y qué implica para cada uno de nosotros cargar con el peso de la existencia. Igual que Nietzsche, fueron tomados erróneamente por pesimistas, pero ésto se debe a que quienes los llamaron así buscaban en ellos una reflexión motivacional, de una alegría vacua y prematura, que les dijese cómo vivir. Ese no es el estilo existencialista: ellos prefieren dotarte de herramientas para que entiendas qué hay en juego y que seas tú, de forma autónoma y libre, sobre todo libre, el que decidas qué hacer con el tiempo que se te ha dado.


Maestros de la responsabilidad, se les acusó también de saturar al ser humano con las exigencias de la existencia. Sin embargo, lo que hicieron fue justo lo contrario. En un mundo de obligaciones y órdenes, de imposiciones y definiciones que regulan como deberían de ser las cosas, ellos cambiaron nuestro rumbo al invitarnos a ser quienes creíamos que debíamos ser. ¿Por qué? Porque nadie más puede decidirlo. Nos libraron de relatos ancestrales sobre nuestros orígenes, vaciaron aquellos discursos que nos culpabilizaban por no cumplir estándares ajenos a nuestra voluntad y devolvieron la responsabilidad de nuestro ser a su legítimo dueño, nosotros.


El existencialismo nos enseña que es la constante presencia de la libertad, y no la falta de la misma, lo que nos angustia y bloquea en nuestro día a día. Que somos dueños de nosotros mismos y que la culpabilidad por no estar a la altura de quienes somos puede ser también un motor para el cambio individual y social.


A ellos les debo el impulso que me lleva a querer seguir andando y creando mi camino, un sentimiento imprescindible cuando uno pretende sobreponerse a situaciones de bruma, pérdida o derrota.


La serenidad del sabio estoico


El estoicismo, en mi opinión el más fiel heredero de la tradición socrática, fue la primera escuela de filosofía que tomó conciencia tanto del papel de las creencias en el desarrollo del pensamiento como de la importancia de éstas para el equilibrio emocional humano. Dedicaron siglos de trabajo a la creación de técnicas que permitieran el autodominio de la mente y una óptima gestión de las emociones. Sabían que todo hombre y mujer tenía la posibilidad de ser feliz fueran cuales fuesen sus circunstancias vitales, y que lo único que impedía esa felicidad eran las creencias erróneas.


Por una parte, según ellos la clave consiste apropiarse del proceso que da lugar a una creencia, tomar conciencia de cómo se gesta en nosotros. Nos enseñan a percatarnos de lo que ocurre cuando percibimos algo, de los juicios que se producen, adiestrándonos en su examen para evitar que se cuelen falsedades en nuestro pensamiento. Un ejercicio que lo cambia todo, sin duda.


Por otra parte, nos invitaron al constante análisis de aquellas creencias que ya existen en nuestra mente, que ya afectan a nuestra decisión y ánimo, para comprobar si son verdaderas o precisan de una crítica que las convierta en lo que deberían ser: un fiel reflejo de la realidad. Una tarea interminable, cuyos beneficios para nuestro día a día son también ilimitados.


El estoicismo nos enseña que es posible mirar las cosas tal y como son, sin temor, pues no hay nada en la vida que pueda dañar lo que somos. A los estoicos les debo la introspección, el hábito de dialogar conmigo mismo, ya que aunque es algo que hacemos desde niños, fueron sus lecciones las que me permitieron orientarlo a un auténtico autoconocimiento y desarrollo interior.


Epicuro y el placer de existir


Hablar de hedonismo es hablar de placer (hedoné), y si buscamos un grupo de filósofos que hicieron del placer una forma de vida rigurosa y meditada esos son, con permiso de los cirenaicos, los miembros de la escuela de Epicuro. Fue en ese entorno, en ese “jardín”, donde hace más de dos mil años el filósofo de Samos sentó las bases de una búsqueda de la satisfacción y plenitud vital basada en el bien moral.


Al contrario de lo que uno podría imaginar, la vida de estos pensadores fue austera, dado que su objetivo era el cultivo de un placer superior, diferente del mero gozo físico; más propio, según ellos, de animales. Crearon diferentes ascéticas, ejercicios físicos e intelectuales que tenían como fin un deleite reservado a los más sabios: el placer de existir.


Epicuro nos enseña que vivimos enfrascados en una búsqueda frenética de la satisfacción inmediata, atrapados en un deseo voraz, infatigable, que solo puede llevarnos a la frustración y la infelicidad. A sus cartas y máximas les debo la experiencia de que el simple hecho de estar vivo, de existir y tener una vida en contacto con todo lo existente, es de por sí un motivo suficiente para la alegría y la ilusión. Me recuerdan que el mayor bien que podría anhelar es el que ya tengo: estar aquí, ahora, haciendo exactamente lo que hago.


 

No me extenderé más. Son unos pocos ejemplos, los míos, que no buscan convencer, sino hacer ver la importancia de que cada uno busque los suyos. Que no os abrume la profundidad y extensión de la historia de la filosofía, ya que no se trata de convertir la propia mente en un compendio de corrientes y autores. Conocer una sola valdría, pues el estudio de cada una de ellas daría para vivir y mejorar varias vidas, sin repetición ni aburrimiento posible.


Sencillamente, os invito a acercaros al pensamiento de aquellos que dedicaron su vida a reflexionar sobre la vida y el vivir, porque estoy convencido de que saldréis recompensados. Palabra de filósofo.


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